sábado, 9 de junio de 2007


Crónica de un historia esperada

Aquel día lloró como ni siquiera en sus novelas está escrito. Y tenía 39 años Gabriel García Márquez cuando, esa mañana de 1966, se derrumbó en lágrimas sobre la cama como un niño huérfano. Su esposa Mercedes Barcha, al verlo tan desamparado, supo de qué se trataba: el coronel Aureliano Buendía acababa de morir.

Un duelo perpetuo que, el 5 de junio de 1967, el autor colombiano vio acompañado de alegría al saber que esa historia comandada por el coronel, bajo el título de Cien años de soledad, iniciaba su universal parranda literaria. Todos querían conocer la saga de los Buendía en Macondo, esa tierra donde realidad, ficción, más allá e imaginación encontraron la alquimia de la convivencia, cumplidos los siguientes pasos.

- La fuente. García Márquez vivió hasta los 8 años en Aracataca en casa de sus abuelos maternos: el coronel Nicolás Ricardo Márquez, que le contaba sus días en la Guerra de los Mil Días, y Tranquilina Iguarán, que lo disciplinaba con historias de ultratumba.

- El embrión. En 1948, como reportero del periódico El Universal de Cartagena de Indias, y animado por los cuentos publicados en El Espectador, Gabriel García Márquez empezó a escribir su primera novela. Se llamó La casa. Descubrió que su vida era novelable tras haber leído Las mil y una noches, a Kafka, a Sófocles, a Virginia Woolf y a Faulkner.

- La confirmación. En el año 1950 viajó con su madre a vender la casa de los abuelos y se reencontró con su pasado. Allí volvió a leer el nombre de una finca con resonancias poéticas: Macondo. Redondeó la idea de una obra donde sucediera todo en una casa.


- El inicio. Cogió sus ahorros: 5.000 dólares y se los entregó a su esposa para el mantenimiento del hogar mientras se dedicaba a escribir.


- El llanto. En el invierno de 1965-66 el ritmo de la narración llevó a la muerte al coronel Aureliano Buendía, tras haberse salvado de un pelotón de fusilamiento, participado en 32 guerras, tenido 17 hijos con 17 mujeres y terminado sus días haciendo pescaditos de oro. Y él se abandonó al llanto.

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